miércoles, 27 de julio de 2011

Lo húmedo.

Bajo las húmedas notas escritas que buscan tu frente dorada, me encuentro yo, aún más humedecido.
Mi alma se vuelve acuarela y a través de tus pupilas pinta todo tu espacio.
La sangre la siento espesa y corrosible, y mi piel ha perdido brillo, ahora es áspera y gris.
La lejanía del silencio, lo filoso de la indiferencia, el daño de lo prematuro, y lo ilusorio de los recuerdos.
En lo fatuo de las sensaciones todo está quieto, y aún se percibe el gusto de lo último que sintió, de allí brota la humedad que conmigo te humedece.

El hombre que no podía dormir los domingos.

Él escribió esto, pero no un domingo, sino. Ah, me olvidaba, antes que emprendan la estúpida tarea de imaginarme él, una aclaración: el hombre que no podía dormir los domingos no soy yo.
Como decía antes, el hombre que no podía dormir los domingos escribió esto un sábado.
Aunque ahora se me hace verdaderamente difícil distinguir quien escribió esto en realidad. Si él no soy yo, y él escribió esto ¿entonces cual es mi función?.
Acordemos que él lo escribió y yo lo relato, pero que quede claro que no lo escribí yo, porque yo no soy el hombre que no podía dormir los domingos, más allá de que a veces me cueste un poco.

En mi texto, que él escribió, el hombre que no podía dormir los domingos se murió, supo tener dos cucharadas de azúcar al ras en una taza de café. 

Pasajero.

Trague las pastillas y bebí varios sorbos.
Luego escuché la canción. La ventana frente a la costa golpeaba, incesante, por los incansables soplidos de los muertos del mar, y entre tanto cuervos rojos de picos oscuros entraban a mi habitación. Movían las paredes haciendo todo a mi alrededor grande por momentos, y reduciéndolo al mínimo en otros.
Hasta que en un instante – aunque haya podido apreciar todo con sumo detalle- la habitación se redujo hasta dejarme inmóvil en la silla, mi cuerpo sobre la mesa, y escuchaba la canción. Y todo seguía encogiéndose, la pared, que torció la silla, que me torció, que torcí la mesa, y el vaso ya estaba en el piso, y la canción se oía ya senil, y justo cuando mis huesos comenzaban a crujir los muertos cesaron sus soplidos.
O quizás yo, cerré la ventana. 

Guía practica de cómo hacer hachazos un hecho.

Voy a tratar de explicar a fondo la situación, con palabras y frases que no indiquen lo superficial del hecho, la corteza, sino lo más íntimo. Sin embargo hay algo que me lo impide. Para hacerlo tendría que revolver en mi, y eso suele molestarme, porque implica compromiso, fortaleza, aceptación, y yo para conmigo no soy muy bueno.
No solo eso, sino que para que el hecho quedase totalmente aclarado también tendría que hurgar en otra persona. Lo que acabo de escribir da una pista, ya no soy solo yo el comprometido, es decir, más de una persona participó del hecho.
Uno a veces, bueno, muchas veces, planea con fervor acontecimientos para que salgan de la mejor manera, o mejor dicho - o escrito - para que nos salgan de la mejor manera. El hecho que tengo la necesidad de contar no eludió ese proceso, de hecho fue una de las cosas que con más anticipación e ímpetu trabajé. Y digo, o escribo, "trabajé", porque sinceramente necesitó de mucho esmero. Esmero...ahora pienso que no fue demasiado, pero eso lo pienso ahora, antes mi cabeza explotaba, mi mente estaba en líos, en nudos, temblaba. De modo que reprocharme ahora cosas que antes parecían tejidas minuciosamente no da resultado. Siempre hay un contrincante, de cualquier tipo, tangible o intangible, como en el ajedrez, o en los dados.
El hecho aconteció, estuvo, existió, pero...¿acaso a ustedes les interesa realmente? ¿Soy quien para andar contando mis situaciones como si atiborraran de importancia? Bueno, tampoco soy quien para hacer semejante juicio, eso queda en sus manos. Pueden voltear el libro y blasfemar sobre él, eso queda en sus manos. El hecho no fue desagradable, muy por el contrario. Pero, ¡oigan! ¿Yo, metiendo la mano en mi propio bolsillo? No.
El hecho sucedió, pero jamás lo voy a contar.
Entonces para ustedes...¿sucedió realmente?