Si su
memoria hubiese sido tan precisa como su obstinación, sería capaz de anticipar
el acto que cometía según sus recuerdos –a quienes despreciaba por
insuficientes- cada cuatro o cinco años, de forma inacabada, hace inacabado
tiempo. En ese momento, que no era más que un instante, hacía una pausa y se
consideraba como ser de carne y hueso, lo invadía primero el cansancio, después
una enorme pena, y cuando comenzaba a sentir nostalgia del tiempo tras mirarse
al espejo y juzgar su vejez lo acometía otro pensamiento, y así volvían a pasar
según sus sospechas cuatro o cinco años.
Ese
pensamiento que daba inicio al nuevo ciclo era el que destruía el acto de
conciencia, y quien sembraba el camino para que cuatro o cinco años más tarde
volviera a florecer y devuelta destruirse para volver a ser sembrado.
Salvo el
acto, todo lo demás eran pensamientos, conjeturas, y hasta historias que se
concebía, mientras fijo, miraba el agua en su incansable flujo.
Recuerdo
haber oído el agua caer cuando giró la canilla. Realmente sentí espanto, y
él miró directo a mis ojos antes de comenzar.
Desde ese
momento se ha vuelto deliberadamente a acabar con los pensamientos que lo
acosan mientras se cepilla los dientes.