domingo, 10 de junio de 2012

Un hombre, su cepillo de dientes, y sus pensamientos



Si su memoria hubiese sido tan precisa como su obstinación, sería capaz de anticipar el acto que cometía según sus recuerdos –a quienes despreciaba por insuficientes- cada cuatro o cinco años, de forma inacabada, hace inacabado tiempo. En ese momento, que no era más que un instante, hacía una pausa y se consideraba como ser de carne y hueso, lo invadía primero el cansancio, después una enorme pena, y cuando comenzaba a sentir nostalgia del tiempo tras mirarse al espejo y juzgar su vejez lo acometía otro pensamiento, y así volvían a pasar según sus sospechas cuatro o cinco años.
Ese pensamiento que daba inicio al nuevo ciclo era el que destruía el acto de conciencia, y quien sembraba el camino para que cuatro o cinco años más tarde volviera a florecer y devuelta destruirse para volver a ser sembrado.
Salvo el acto, todo lo demás eran pensamientos, conjeturas, y hasta historias que se concebía, mientras fijo, miraba el agua en su incansable flujo.
Recuerdo haber oído el agua caer cuando giró la canilla. Realmente sentí espanto, y él miró directo a mis ojos antes de comenzar.
Desde ese momento se ha vuelto deliberadamente a acabar con los pensamientos que lo acosan mientras se cepilla los dientes.